Pensamientos y aprendizajes de una viajera

Mujeres que viajan solas -Apreciaciones culturales y sociales desde una mirada subjetiva.

“Wow!!! ¿Por qué te fuiste a Japón?”

ESA ES LA PRIMERA PREGUNTA QUE TODOS ME HACEN CUANDO RECIÉN ME CONOCEN, CIERRO LOS OJOS, SONRÍO Y EMPIEZO :

Todas las decisiones que tomé me llevaron adonde estoy ahora. Un día dije “no quiero repetir historias familiares, no quiero repetir historias del linaje femenino, quiero arriesgarme, vivir aventuras, no quiero ser esta Meli”. Entonces, a los 24 años me separé de mi primer novio desde los 15; me fui a vivir sola; empecé a estudiar música, idiomas; cambié de lugares de trabajo; me mudé muchas veces; subí a una montaña; me especialicé en escritura y literatura… empezó mi deconstrucción.

A los 26 años conocí a un chico al cual idealicé como compañero y puso Japón en mi camino, porque se fue a estudiar con una beca hasta ahí. Ahorré peso por peso y me fui al otro lado del mundo por 1 año dispuesta a trabajar de lo que fuera, total iba a estar con él y hacía 4 meses que no nos veíamos. Subí por primera vez a un avión para ir a la tierra nipona, nada más ni nada menos que 32 horas de viaje. Esto me lo permitió el programa “Working holiday” en el que se puede aplicar por una visa de trabajo por un año, teniendo menos de 30 años en el caso de Japón.

Apenas llegué, el novio por el cual había viajado me dejó y me pregunté “¿y ahora qué hago? No sé hablar en inglés, no sé hablar en japonés. Yo quería otro destino más fácil, no empezar por Japón”… Resistí, lloré todo lo que tenía que llorar y me dije “es hora de aprender”.

Al fin y al cabo me terminé enamorando de Japón, porque me encontré con el amor propio a través del camino del autodescubrimiento, adoptando lo que me daba la filosofía oriental casi a modo de retiro espiritual, lejos de todos mis seres queridos.

Así fue cómo comenzaron mis viajes, aprendizajes, mis aventuras… Así descubrí lo que era la resiliencia.

Los japoneses no te desean “suerte”, ese significado no existe, ellos te dicen “ganbatte” [esforzate]. Me la dijeron tantas veces a lo largo de ese año que hoy estando en Dinamarca, mi nuevo destino, me la sigo repitiendo a mí misma para no rendirme nunca: “ganbatte ne!”.


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